Comentario
De lo que hace un siglo era un hacinamiento de chozas, palomares y corrales, entre los que emergían un obelisco, los torsos de unos colosos y los troncos de las columnas umbeliformes de Amenofis III, uno de los más grandes egiptólogos de todos los tiempos, Masperó, consiguió rescatar, a fuerza de tesón y de entusiasmo, el que hoy es el más hermoso y armonioso de todos los templos egipcios: el dedicado a la triada tebana de Amón, Mut y Khons por Amenofis III el Magnífico. Ni entonces ni después se pudo lograr la demolición de la mezquita que ocupa el sector nordeste del patio de Ramsés II, pero tratándose de la mezquita de un santón como Abu el Hagag, apóstol del Islam en la Tebaida, era pedir mucho sacrificio a la población local el de su renuncia a tan preciada reliquia. Habituados hoy a ella, consideramos que el patio de Ramsés añade a su encanto original "una nota romántica, que viene, por un lado, de las ruinas mismas, y por otro, de la presencia de una encantadora mezquita, construida sobre el amontonamiento de piedras procedentes del desmoronamiento del ala oriental del gran pílono" (Vandier).
El templo de Amenofis III constaba de una avenida de acceso, flanqueada por sendas hileras de columnas monumentales (solución alternativa a la de las esfinges); de un patio porticado; de una sala hipóstila, abierta al patio y seguida de cuatro salas consecutivas pequeñas, y de la cámara de la estatua al fondo, todo esto sobre el eje longitudinal del edificio y entre varias dependencias situadas a ambos lados de aquél.
A un tiro de piedra de la entrada del templo, flanqueando la vía procesional que lo unía al de Karnak, el llamado en egipcio Camino de Dios, se alzaba un templo-reposadero de Tutmés III, con las estancias para las tres barcas sagradas en que desfilaban las imágenes, y un pórtico de cuatro columnas papiriformes fasciculadas. Los dos templos tenían un mismo eje, paralelo al río. La decisión posterior de orientarlo todo mirando a Karnak, obligó a imprimir, a lo más tarde edificado, el torcimiento del eje que se hace sentir en el plano, primero en el patio de Amenofis, seguidamente en la gran columnata, y finalmente en el quiebro del patio de Ramsés.
En tiempos del Imperio Medio hubo ya en Luxor un santuario, del que se han hallado indicios. Sobre él edificó Amenofis el suyo, confiando probablemente el plano y la dirección de la obra a su hombre de confianza, Amenhotep, hijo de Hapu, bien retratado de joven y de viejo en varias estatuas.
Hasta la época ptolemaica el templo de Amenofis III tenía dos santuarios: uno accesible al pueblo, que culminaba y terminaba en la sala dedicada a la exposición de la barca de Amón que se traía desde Karnak en la procesión de la fiesta de Opet, mientras que las barcas de Mut y Khons se instalaban en los dos camarines que daban al vestíbulo. El segundo santuario era reservado; en él se hallaba permanentemente una estatua de Amón, probablemente colosal y sedente, como la representan por dos veces los relieves que flanquean la puerta de entrada desde la sala C a la Sala 12. Esta última era el sancta sanctorum, inaccesible a los profanos. En ella reconstruye P. Lacau, basándose en los relieves, el emplazamiento de la estatua de culto situada sobre un gran pedestal, con toro y cornisa, apoyado por delante contra las dos columnas más retrasadas, y por detrás contra el muro del fondo. Sobre este pedestal, a derecha e izquierda, entre el muro del fondo y la columna, dos barandillas provistas de cornisas, como las del pedestal mismo, protegen la estatua por los lados. Para no ocultar parte de la estatua, el autor de los relieves la representó entera, por encima del pretil protector. Las otras escenas de estos relieves relataban las atenciones de vestimenta y alimentación de que la estatua de Amón era objeto a diario, a las cuales estaba dedicada sin duda la totalidad del santuario reservado, con su discretísima y única entrada lateral.
En época ptolemaica, los dos santuarios se fundieron en uno. Las cuatro columnas y el pedestal de la barca de la sala 11 fueron suprimidos y reemplazados por un naos con dos entradas a sus extremos, dedicado a Alejandro, como si fuese un templo al aire libre; la pared del fondo fue perforada por una puerta que acabó con la reserva del santuario de la estatua de Amón. Mucho más tarde, el vestíbulo 9 fue convertido en capilla del culto imperial romano, durante la tetrarquía de Diocleciano, y sus paredes pintadas al estilo de la época y con figuras de gran tamaño, algunas aún visibles en horas de buena luz.
Despojada hoy día de su techumbre, la sala hipóstila (vestíbulo hipóstilo para Vandier y otros), n.° 8, enlaza tan bien con la doble columnata de los otros tres lados del patio, como para resultar inseparable de ellos. La elegancia y la solemnidad de ambiente sobrecogen a cualquier hora, en medio de aquel gigantesco cañaveral de papiros petrificados. El sol parece recrearse filtrando en ellos sus rayos. La anchura verdadera del patio disminuye levemente de norte a sur, desde la puerta del pílono al umbral de la sala hipóstila, para guardar simetría con la curva del eje longitudinal, con la afortunada consecuencia de producir un efecto óptico de mayor profundidad. Tales efectos de perspectiva serán empleados por los arquitectos de los portales de Medinet Habu.
Renunciamos a describir el color de la piedra, no sólo por su dificultad intrínseca, sino por lo tornadizo que es. Cuando está a la sombra predomina en ella el tono gris del granito, pero ya bajo el sol de la mañana se vuelve siena, como el papel cuando amarillea, y por la tarde se dora más y más hasta enrojecer con el ocaso.
Las columnas, de haces de papiros cerrados, son menos naturalistas que las del tetrástilo de Tutmés III, tan próximo e incluso visible desde puntos del patio. Los tallos de cada planta carecen de aristas, acercándose así a la columna lotiforme, cosa que no sucede en las salas del interior -v. gr. en la columna conservada íntegra en el sancta sanctorum-, donde las aristas están nítidamente trazadas. Parecen, pues, evidentes un afán de abstracción y un deseo de eludir cualquier reminiscencia de arquitectura doméstica, más dependiente del naturalismo que la templaria. Difícil sería en estas columnatas reconocer los papiros cortos, intercalados entre los capullos cerrados de los capiteles. Con todo y con ello, la perfección de este patio en su estado actual es insuperable.
Por último, catorce enormes columnas, de 15,85 metros de altura y capiteles campaniformes, flanquean, siete a cada lado, la vía procesional de acceso al patio. Forman la antaño mal llamada Columnata de Horemheb, hoy restituida a su verdadero creador, Amenofis III. El arquitrabe que las corona sostuvo antiguamente la techumbre de unos pórticos laterales de los que subsisten las paredes del fondo, decoradas con relieves por Tutankhamon y usurpadas luego por Horemheb. Es posible -pero no seguro- que Amenofis III pusiese las columnas sin entablamiento, como simple ornato monumental del acceso al templo antes del estrecho pílono de entrada, y que la conversión en pórtico y el añadido de otro muro por delante se deban a Tutankhamon. Lo mismo debió suceder en Karnak, en la que después sería nave central de la Sala Hipóstila.
En todo caso, los relieves de los muros, labrados en el refinado estilo de Amarna (iniciado ya a finales del reinado de Amenofis III) ilustran con gran esmero la llegada de la procesión de la Opet en el muro del oeste y su regreso a Karnak en el del lado oriental. No conforme con usurpar los relieves de Tutankhamon, superponiendo la suya a casi todas las cartelas de su antecesor, Horemheb la grabó también en los fustes de las columnas de Amenofis, y Seti I y Ramsés II siguieron su ejemplo. Tales abusos no bastan para empañar la majestad excepcional de estas columnas, tan firmes de cimientos que ninguna de ellas ha perdido su estabilidad en los casi tres milenios y medio de su existencia.
Al lado de tanta exquisitez y tanta perfección como "opus architectonicum", el patio de Ramsés II suele ser objeto de ludibrio cuando no de frío desdén. Si no con mucha fortuna, sí con buena voluntad, Ramsés II hizo preceder aquella obra, considerada ya entonces clásica, de un segundo patio, algo mayor que el ya existente, y de uno de los pílonos de más alzada de toda la arquitectura egipcia. A tono con éstos levantó también dos soberbios obeliscos (uno de ellos hoy en la Plaza de la Concordia de París), y seis colosos, dos sentados y cuatro de pie; de estos últimos sólo uno permanece en su sitio.
La obra de restauración iniciada en el siglo XIX continúa en la actualidad con la parsimonia habitual. En este momento, el pílono y sus complementos aparecen ya precedidos de una gran plaza enlosada en parte y en la que se inicia una gran avenida de esfinges, costeada en su tiempo por Nectanebo, el último faraón de sangre egipcia (siglo IV a. C.). Como telón de fondo de este espacio abierto, la entrada de Luxor resulta hoy mucho más grandiosa y digna que la de Karnak El espléndido obelisco asentado en su pedestal, orlado de papiones en posición de firmes, adorantes del sol; los dos colosos sedentes; los bajorrelieves de las torres del pílono, de nuevo con la épica batalla de Kadesh como tema principal, son un verdadero logro de la escultura de la época de Ramsés II, algo deslucida -es cierto- por los toscos relieves del portal, impuestos por un faraón del siglo VIII a. C., Shabaka (XXV Dinastía).
Por detrás del pílono, Ramsés reconstruyó el templo-descansadero de Tutmés III, adosándolo al ala oeste de aquél y encajándolo entre las columnas del nuevo pórtico con que convirtió en patio el espacio intermedio entre el pílono suyo y la fachada del templo de Amenofis III. Las columnas de este doble pórtico, papiriformes monóstilas, resultan inertes e inexpresivas en comparación con las fasciculadas, sin que sirvan para reanimarlas las colosales efigies con que Ramsés rellenó los intercolumnios. Aun así, el patio de Ramsés amplía considerablemente el templo de Amenofis dándole una longitud de 260 metros, sin romper ni lesionar la espléndida realización de éste.